Se escucha el suave tintineo de sus llaves al abrir el llavin, se escucha tambien un suspiro de alivio y el aliento de la luna. Cierra la puerta tras de si y se deja caer en el sofá con soltura y parsimonia, sus ojos se fijan en el techo, de un blanco cremoso y se desliza hacia la cornisa; de un yeso impecable, para terminar pozandoce en una fotografía que colgaba de la pared, una fotografía vieja y menos preciada, de una niña desnuda, que con colas doradas saca florecillas debajo de sus pies... Desde pequeña recordaba quedarse prendada frente aquella imagen en casa de su abuela. No recordaba que pensaba y menos aun que interpretación le merecía pero podia sentir aquel cosquilleo; esa sensación que le dejaban sus pies descalzos en el pecho.
Llovia.
No fuera, del otro lado de la puerta el una luz plateada bañaba la ciudad, le llovia dentro. Era ella, quien tumbada en su sofa y aun fuera de su guarida, ella una domadora de palabras, una mujer de carácter implacable y sonrisa fácil; quien anda desmenuzando el mundo a su paso, controlarlo todo. Excepto una cosa, la lluvia. No de fuera, repito, de adentro. Ese diluvio que le mojaba el sosiego, que la inundaba de felicidad o de tristeza, que se desbordaba por sus ojos y sus dedos. La sensibilidad que caragaba como una pesada cruz y como canasta de flores, característica de la hija menor, pensaba; la habia agobiado siempre, agobiado, perseguido y hecho víctima, cada minuto de su vida. Pero quien entiende los misterios del mundo se decia, tal vez aquella lluvia aparecia para aplacara peores fuegos y disuadir temibles tormentas.
Un bostezo interrumpió su catarsis y la hizo dejar el sofa para dirigirse perezosamente a la cocina. Batió un chocolate en agua caliente y se sumergió en el libro de turno. Hasta que una hora mas tarde se sintió tan acalambrada y aturdida por las letras y el humo dulce de su tazon que decidió ir por un paseo. Hizo sonar la correa de Pomelo hasta ver que la pequeña bola de pelo negro corría euforica hacia ella.
Un paseo.
Por fuera y por dentro. No era de las personas (y con personas me refiero a el resto de la población mundial adulta) que podía orientarse en el espacio, en ningún espacio. Tras años de frustración descubrió que mas que -o además de- torpeza se debía a que caminaba por fuera y por dentro. Y después de todo la contemplación resultaba todo menos geográfica. Ya no se perdía, despues de tres años viviendo en el callejón de Regina sus pies. Salian y llegaban solos a casa.
Las luces accidentadas, las ruinas, las cicatrices hechas por las raíces en el suelo frío, las hojas caídas, la soledad mejor ornamentada eran de las muchas razones que podía enumerar para justificar su pasión por aquellos caminos. Ese lugar nació para ella y sin lugar a dudas aguardo hasta su llegada. Se sentía agradecida de vivir allí en esa zona colonial, en ese rincón, tan parecido a su alma, tras esa puerta de madera y al lado de aquel resplandor dorado que brotaba de su farolito. Esa era su serenidad, su casa.
Se detiene.
Su pasos se detienen, mientras su corazón corre a mil por hora hacia aquel balcón, un extensión pequeña y aislada, abandonada desde nadie sabe cuando, bordada por unos viejos hierros negros que resguardaban una puerta de madera cansada y piso para uno. O específicamente para una, siempre se imaginaba historias increíbles, encabezadas por mujeres increíbles que una vez vieron el mundo a través de aquel balcón que no admitía amantes, ni toleraba pretendientes, solo deseos de libertad de hacer grandes nudos con sabanas y cortinas asi bajar y contemplarlo desde fuera. Poder presenciar, como las ramas de un árbol de petalos rosa y raíces enredadizas caían a su lado, como rindiendose ante su majestuosidad y completando su indiscutible encanto.
Continuo andando.
Por dentro. Y llego a aquel punto donde no llueve y puede ver claramente por unos momentos, antes de seguir. Ver que ella a excepción de muchas mujeres que conocía -en honor a la verdad todas ellas- no quería protagonizar una bella historia. No, para nada, en absoluto. Ella en lugar de ser presa de un cuento, prefería crear una. Hacer nudos con tinta y papel y escapar de su propio balcón, para detenerse -aun por dentro- y contemplarlo todo.
Un ladrido de Pomelo la despierta.
Y comienza a andar también por fuera. Porque muchos habran nacido para asfaltar, sanar e invertir. Mientras otros vinieron al mundo sacarse flores de los pies, y habitar bellos balcones, ella, sin duda alguna estaba allí como el testigo responsa
ble de contarlo todo.
Porque un mundo de luces y sombras es para perderse.
Comienza a llover tambien afuera y ella se da vueltas y prueba el rocio, para engañar a sus pies y perderse y mas tarde encontrarse -por dentro y por fuera- al lado de un farol torcido en el callejon de Regina. Con el tintineo de sus llaves y otra historia que contar.