lunes, 23 de febrero de 2009

Kairhos


Detenerme, justo a la mitad, no es el lema que adorna ninguno de mis escudos. Rechazarme, reposando mis pesares como ofrenda a mis temores no es una opción.


Y no pude evitarlo aun sintiendo como el peligro se escurría y acariciaba con malicia los pliegues de mis talones; aun entonces no quise hacerme sorda ante aquel ruido. El golpeteo seguía con insistencia e incansable ritmicidad. Cada nueva nota que agitaba el puño sobre el grosor de la caoba era un llamado y una tortura. La perilla, apacible brillaba en medio del salon; como un peligro, como una salida. Pero seria demasiado, dejar pasar lo desconocido, ignorar los presentimientos.


Un golpe mas, mas agudo, ensordecedor... la mirilla, ante aquel dilema, parecía un dulce punto medio. Solo apreciara mi enemigo y sabría si correr o girar aquella pieza de metal y acercarme. Engañosa desesperación, mentiras que ciegan y abrazan. Como si intuyera mi mirada, el próximo golpe no cayo, esperaba. Posando las puntas de los dedos en la gélida madera tallada, eleve mi cuerpo-que nunca ha sido lo suficientemente agil ni adecuado para el espacio- y -pose la única parte de mi que no respetaba murallas-y a aqui mas que de los ojos hablo de la curiosidad- Y lo que alcanzo no tenia forma ni nombre.


Desde entonces me encuentro alli, varada, en cuclillas. Intentando descifrar lo que veo. Ya que no conocemos del mundo mas que lo que nuestra conciencia forma del mismo. Y creo conocerle incapaz de darle forma, de llamarle por su nombre. Y he sido testigo de mucho, desde entonces, he visto como solo hace falta pertenecer a un grupo para destrozar a otro, tropas, iglesias soldados; cuerpos y mentes que perecen. Y contemple el fusilamiento de mis creencias, el no querer apretar el gatillo ni recibir el impacto, ni en el pecho vacio y necesitado ni en el rostro lleno de búsquedas y anhelos ambiguos.


Resolví no creer. Porque detenerme, rechazarme; lejos de ser sacrificios, eran castigos. Para el pecho, para el rostro, para el alma.

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