lunes, 23 de febrero de 2009

Las Jodidas 24


Me encontraba en un lugar para mi inédito. Intentaba mantener mi vista en el libro y mis oídos en la música que llevaba, pero por alguna razón no podía. Cada celaje que marcaba delate mío su paso parecía amenazarme con una posible historia que no tardaría en construir. Veía en cada mujer una madre y en cada joven una vida en peligro. Intente leer la incomodidad en la cara de los hombres seguramente arrastrados allí por la responsabilidad que no expiaba a quien ha decidido esparcir sus genes.

La puerta se abría y cerraba de un jalón cada décima de segundo y ya comenzaba inquietarme la idea de que ninguno fuese propiciado por ella, mire el reloj y calcule “en cualquier instante” y en uno de esos vaivén acaeció, me busco con su mirada y pude sentir la tranquilidad y la expectación apoderarse de su nuestros rostros.

Nos encaminamos rápidamente por el pasillo hacia las escaleras, el reloj rezaba apenas unos minutos menos de lo acordado en su cita. Y finalmente vislumbramos un microscópico escritorio, puesto allí a falta de un mejor espacio, que hacia de atril a la típica secretaria de consultorio. Una señora de mediana edad, pelo cortado al cepillo y un uniforme que no era más que otra extensión de su cuerpo; nos estremecimos cuando nos dirigió la implacable mirada bifocal característica de su gremio.

La cita de las 5.30 p.m. había llegado con su inusual acompañante, pero estábamos lejos de llegar a tiempo el Doctor terminaba su primer parto y las 4.30 y las 5.00 le aguardaban. Espera un momento, me dije, “30 minutos por victima” entonces así se calculaba en Galeno el tiempo que se debía tardar hurgando nuestras vaginas? Comience a entender por que los ginecólogos eran en su mayoría hombres, a nosotras siempre nos ha costado ganarle a la empatía. Pero claro esta la espera no constituía siquiera una molestia para nuestros nervios. Ellos llevaban tres días y varias horas muy ocupados en mantener nuestro estado de histeria. Nos dirigimos a la sala de espera contigua, en busca de un lugar con suficiente espacio para mantenernos juntas. Entramos y dimos riendas sueltas a las risotadas al encontrar un salón vació que hacia gala de un pelotón de rígidas sillas grises. Como diablos era que todo se disponía a hacer de esa tarde una mezcla tétrica y memorable, desde la ciudad mojada por unos inesperados chubascos hasta aquel lugar totalmente paralelo, que solo nos admitía a nosotras. Y que fue testigo de nuestro incesante sarcasmo a coro de unas risas nerviosas.

Nos-a esta altura yo era el dato adjunto de la cita y la historia- llego el turno. Ella abrió la puerta de lo que más que un consultorio era a mis ojos una salita de estar con pretensión de spa, muy diferente a las piezas atestadas y apestosas a las que mis estudios me habían llevado, en fin así se vive en un país donde pocos podemos. Fue una conversación corta, un rápido calculo de 7 días extrañando aquella luna que decimos odiar pero que el solo pensamiento de su posible abandono nos lleva al borde de la desesperación y la locura, ya que lleva inscrito la antesala de la perdida de una vida o el inicio de otra. Y para ninguna de las anteriores estamos nunca-jamás preparadas.

Todo se resumió a lo que desde un principio era el plan, un conteo. 10 se convirtió de repente en el número de la suerte y más de el en las lágrimas que no esperarían por un lugar más oportuno.

Otra salita en otra habitación-, esta vez de aspecto menos tétrico pero de espíritu más inquieto y peligroso- aguardaba por nosotras.

-Debe tomar un numero-gruño otra vista bifocal detrás de un escritorio- esta vez con mejor tamaño y mayor armonía.

Y así llego a nuestras manos el J.24.

Escogimos la última hilera de sillas para tomar de igual manera el último asiento y enlazar unos nervios que habían pasado de histéricos a neuróticos. El sarcasmo y las risas nerviosas le cedieron el paso a la atención extrema a un cuadro eléctrico que con cuenta lenta y progresiva se encargaría de darnos paso. Debía entrar, por la puerta y aguardar a que de un pinchazo en el pliegue de su brazo derecho el mundo le cambiara o le sonriera.

Cuando salio, mas pálida por la idea de que pocos minutos nos apartaban del dulzor de la esperanza que por el robo del carmín de sus venas; se sentó a mi lado.

-¿Cuando esta?-le pregunte sin el menor disimulo.

-A las 8.00-me miro como quien intenta huir sin hacer el menor movimiento.

Me contó llena de picardía como de las había arreglado para que el laboratorio llevara su muestra con la presura y la prioridad de un bioanálisis urgente para un caso de la CIA. Reímos y en un momento de silencio resonó como el mazo de un juez la risotada de una belleza de pelo de oro que debía medir menos de 10cm. Nuestras miradas se reencontraron y a nuestro animo lo revivió el sarcasmo y la ironía de que cada cabecita de allí luciera una cabellera dorada y que con cada movimiento pareciera inculparnos de nuestro deseo por un conteo menor de una décima.

Daban las 7.30 y acordamos que aquella media hora había sido poco menos que una eternidad, sus ojos se derretían en un intento desesperados por no llorar y los míos se desviaban en otro por no seguirles. Dentro de poco ella debía marcharse y yo quedarme a esperar un papel que definiría su vida, así que planeábamos como por la bocina de un teléfono dejaría yo caer la noticia, sin más ceremonias que la risa o el llanto. Cuando sin necesidad ni sorpresa se pinto a nuestras espaldas, quien era para mí en esos momentos el peor de los culpables!

Su pelo rubio y su tez casi incolora tomaron asiento junto a nosotras.

-Malditos ustedes y sus espermatozoides!- le ladre sin chistar

Las rizas escoltaron lo que ambas sabíamos era un infiltrado que con su testosterona no solo no entendería sino que se burlaría de las actividades club del “Estrógeno histérico”.

Y así fue, mientras ella se quejaba de que sus espantosas y cabezonas células germinales durasen 48 horas en busca de lo que no se le ha perdido. Las nuestras redondas y apacibles solo aguardaban un día y que si la plantaba -el muy ingrato cabezón- se marchaba para siempre, como debe ser. La impertinencia es una cualidad exclusiva del género masculino. No obstante y como si esto fuera poco hizo de la ternura de los rubitos un tema de conversación que solo nos quedo penalizar con una mirada. “Malditos hombres y su falta de percepción”

Dieron las ocho y en un timbrazo su chofer le advirtió que la esperaba. Yo la acompañé a la puerta y con un brazo le indique que de una u otra forma la mantendría allí dentro.

Volví ala sala con el permiso de hacerle saber la verdad tras el valor del +/- 10. Cuando Kirsy irrumpió en la habitación y clamó su nombre. Sus (en ese momento para mi insoportables) ojos verdes se encontraron con los míos. Y nos levantamos como sprines en dirección a quien tenia en sus manos mi posible ataque de nervios y el futuro del pelele, que gracias a sus piernas largas, tomo antes que yo el extremo del papel.

Mientras nuestros ojos se encontraban perdidos pero fijos en nuestro objetivo. Kirsy musitó-Que lo siga intentando-en un susurro de consuelo y discreción.

Muy ocupada siguiéndole el paso a quien me había robado mi razón de seguir allí, no depare en entender el significado de sus palabras. Cuando a pocos centímetros de la puerta saco el papel del sobre que yo luchaba por arrancar de sus manos, pero el muy infame era mucho mas alto, furiosa le repetí los valores y el, en lo que podía ser una sonrisa desesperada o feliz, leyó: “Paciente sana, no embarazada”.

Y mis gritos amenazaban con mi pronta expulsión de aquel sitio, me tomo del brazo y acallo mi algarabía y cuando, no estoy segura de cómo, me vi fuera, salte como una liebre. El le dio la noticia, esta bien, estaba muy ocupada estando feliz que no me importa que la mía fuera la segunda llamada.

En esos momentos lo amaba a el, al taxista que me recogió y aun destino no del todo cruel. No se donde dejamos el J.24, seguramente en el piso de una sala que fue testigo de las hora mas larga de nuestras vidas.

Al final no sabemos que numero, que lugar ni que tiempo marcaran nuevas desgracias, lo que si sabemos, es quien estará allí a nuestro lado bordeando nuestra locura. La una y la otra y tal vez otro nuevo y jodido 24.

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