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Las bendas en sus ojos la habian apartado de la luz y la certidumbre, mientras que las cuerdas en sus muñecas más que atarla intentaban con descaro cortar el tinto de sus venas. Sus captores, seres viles y cobardes creyeron haber habandonado en el hierro frío y el fondo pedrusco de aquellos rieles, a una simple e indefensa carnada, que atraeira al amo y señor de aquella lejana tierra. Quien sabía llegaría antes que el ruidoso monstruo humeante movido por fuego y carbón y les derrotaria para acabar con su papel en la historia. Irrumpiria, tan hermoso y caballero como fuese posible, y desataria de un tajo el nudo que aprisionaba a su amada princesa.
Por esa simple razón contaba con pocos minutos a su favor. Debía estar de pie… Demoler, destrozar aquellas ataduras y esperarle erguida observando el ferrocarril llevarse las cuerdas de las que ella con maestría se había librado; y satirizar la escena con una sonrisa elegante y apacible, con su mano derecha plegada sobre si y la izquierda acariciando con picardía el zafiro que colgaba de su pecho; mientras lo veía llegar convertiría toda aquella agitación suya, el sudor varonil y los ojos desorbitados por su posible muerte en su mayor trofeo, se burlaría con una sonrisa ahogada, le abrazaría y susurraría a su oído “Porque tanta prisa”.
No soportaba el primer párrafo, no aguantaría el zumbar de su espada llevándose a cada movimiento, las cuerdas y su orgullo con ellas; no podría ver como elevaba su cuerpo en sus brazos cual ramo de flores: bello, inútil e inerte. Ni aceptaría bajo aquel o ningún otro concepto que la mirara preocupado y la depositara como otro de sus actos heroicos a las orillas de su posible muerte.
Antes muerta, Mejor muerta.
El sonido agudo y mecánico se escuchaba a lo lejos, los galopes del caballo de su amado también. Con su unica mano libre continuo su intento de escapatoria; contorneaba y agitaba su cuerpo y reía ante el desconcierto de los villanos y la muy posible victoria de la victima.
Al principe su corse nunca le había parecido mas lento, cuando llegó recibió con furia e impaciencia los golpes de las espadas enemigas, aun antes de descender de su montura había acabado con ellos. Miro el ferrocarril pasar justo encima de lo que había sido la prisión de su amada. Corrió y cayó de rodillas, dejo caer su espada y lloro con angustia su tardanza… “Porque tanta prisa querido” escucho a sus espaldas. Seguido de una pequeña carcajada. …”Porque tanta prisa.”