viernes, 20 de marzo de 2009

Acto I ... El Papel es mi Pañuelo


Llevo un alma atormentada. Y a cada instante un millar de oraciones, conjugadas a merced de una idea, asaltan mi cordura. Entonces la presura de mis manos me obliga a bordar los ruedos de una historia, me impide inventar y se complace en recrear las escenas de la obra teatral, pueril y trinchada, de mi cuento de hadas.

Se abre el telón, una figura grácil y desdichada, recoge del suelo unas piezas cristalinas y afiladas; la sangre se escurre por sus manos, se derrama desde la punta de sus dedos, los hilos rojos son tan finos que nadie se percata. Tras ella un reloj de doce horas, gira sus manecillas y campanea cada instante que mata.


Se va cerrando el telón, la tela roja y aterciopelada desciende con donaire y amenaza con titular una escena, ella levanta la vista desesperada, aun no, en sus ojos se mezclan la humedad de la nostalgia y el rubor de la impotencia. Es su obra, su acto. Decide ponerse de pie pero las piezas se le escapan, queda de rodillas y el telón desciende con pausada crueldad. Aprieta el ruedo de su largo vestido y cierra los ojos con un hilo invisible y amargo al sentir el estruendo de una campanada, una hora menos. El estruendo la devuelve a la madera encerada y aterrada observa con una de las piezas se desvanece. No hay lugar para las lágrimas, maldice y vuelve a su filoso rompecabezas.


El ruedo del telón cae y su sonido al tocar el piso se asemeja a una carcajada vil y triunfante. Todo esta oscuro otra vez su cuerpo se paraliza, no puede hacer nada hasta que el telón decida darle paso al próximo acto. Pero el reloj no se detiene y tampoco lo hace su angustia. No puede fallar, quisiera moverse para así enjuagar la humedad de su rostro, pero no serviría de nada, recuerda que el terciopelo también le traería un nuevo atavío igual de impropio y molesto, junto a un rostro fresco igual de pálido y esperanzado. Una luz tenue comienza a iluminar sus zapatillas, puede ver la tela elevarse, retadora, y desvelar su público sin rostro. Ella gira, rápida y sagaz en busca de las piezas, descubre la habitación en pocos segundos y vislumbra, en el nuevo escenario, el rompecabezas a medio armar en medio de un abismo de fango, se lanza y la tierra mojada tatúa de ridiculez su piel, la audiencia ríe; ella calla. Falta menos, cree estar mas cerca de una verdad una razón, una pasión… Algo por que morir, la vida no le había mostrado ventura ni piedad, la muerte a su pensar no podría ser mucho menos placentera.


El reloj deja caer otra despiadada campanada sobre ella. Más piezas desaparecen. Entonces sucede, lo inédito, lanza con furia su cortante tesoro de cristal; contra el reloj y las paredes, mientras los hilos carmesí danzan en el escenario. Levanta el rostro y no hay lágrimas en sus ojos. Con una sonrisa desquiciada y una mueca de erudición observa sus manos, la fuente enrojecida e incasable de sus dedos.

Toma el índice de su mano derecha y traza algo en el suelo, el publico se confunde, el telón no entiende, decide finalizar el acto e inicia su majestuoso descenso, pero su figura no se inmuta, una sonrisa mofa sus movimientos y los trazos no se detienen, el rojo tinto de sus dedos no se desperdiciara mas, un guión, una frase… Todo este tiempo cada respuesta emergía de sus manos.


El telón sube y baja, crea y destruye; el reloj zumba y arrasa; el público anhela y descubre. Ella dibuja, letra por letra signo por signo, su obra, su acto:


“Escribir es vivir”.